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El páramo, un ejemplo de generosidad

¡La bondad de la naturaleza me gusta y me inspira! El páramo, como otros espacios naturales, es un buen compañero que nos recuerda la importancia de cuidar los recursos naturales y nos muestra con su ejemplo cómo vivir de manera generosa. Hay mucha sabiduría en su ecosistema, en los frailejones, y en el agua que nace y que se preserva en la tierra.

Andando por el sendero mi compañero me dice que a él siempre le ha gustado el páramo, que estamos a 3.400 mts. de altura, que no es tan alto, pero si lo suficiente como para decir que estamos empezando a subir la montaña… Este sendero que atraviesa el páramo es realmente fácil de caminar y entiendo que su máxima altura es 3.700 mts. ¡Vamos bien! Además, llevamos buenos zapatos, ropa adecuada, la necesaria para combatir el frío  o para desprendernos de ella si llega el calor, agua, bocadillos y manzanas.

Laguna Teusacá y quebrada La Vieja

Mi compañero me dice que en muchos lugares acostumbran pedirle permiso a la montaña antes de subirla. También me explica, que la montaña lo recibe a uno o no. Entonces le pregunto, que cómo sé si la montaña me recibe o no.

Él me responde: -cuando te sientes mal o se ponen las cosas duras, es porque no te esta recibiendo-.

Ok! es como cuando no fluyes. Si tienes que esforzarte demasiado, si no hay entusiasmo y si no te sientes cómodo estas forzando la situación y no es natural. Hay recurridos fluidos en los que se goza más el camino, y las cosas ocurren espontáneamente, casi sin pensarlas. En otras ocasiones hay más dificultades, entonces puede dar mareo por la falta oxigeno y hasta puede ser difícil manejar el cuerpo. En esos recorridos parece que cada paso cuesta. 

El caso es que subir la montaña implica caminar, moverse, y respirar. A veces algunos caminos resultan más fluidos que otros. Lo ideal sería estar siempre en lugares donde la energía lo abrace a uno y lo expanda sin límites, lugares que aún, a pesar de ser abiertos, se sienta el acogimiento, lugares en los que el cuerpo fácilmente forme parte del ambiente. En estos espacios la sensación de división se desvanece y te sientes parte de todo. Es como que un paso sigue al otro, casi sin darse cuenta.

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Noto que las plantas son compactas y pequeñas, como concentradas. Todo parece un bosque mágico en miniatura. Y las hojas de algunas plantas tienen pelitos suaves como la cáscara del durazno, debe ser para protegerse del frio. También veo flores diminutas y unos cojines similares al musgo, acolchados y de muchos colores, unos de color coral. Todo parece como un atardecer dibujado en la vegetación.

Los frailejones viven muchos años, me cuenta mi compañero, dice que para llegar a tener mas o menos 1.20 de altura viven como 30 años o más. Los miro detenidamente, son gruesos, de contextura fuerte y pequeños. Me dan la sensación de que son como unos guardianes, que se mantienen firmes de pie toda su vida con el propósito de velar por los intereses de la naturaleza, haciendo su tarea constante, para que la tierra sea capaz de recibir y conservar el agua que el cielo le ofrece.

Yo le digo a mi compañero que en el páramo, el cielo y la tierra se unen para crear, preservar y ofrecer el agua sagrada. Sagrada, digo, considerando que todo lo que apoya y sostiene la vida es sagrado. Los frailejones son guardianes pero también son los receptores y los recolectores de todo un ecosistema que trabaja coordinadamente para guardar el agua de la tierra. Mi compañero me dice que yo lo describo de una forma más espiritual y que él de un modo más literario. Él me dice:

“-Páramo sabio, frailejones majestuosos, aire libre, agua de montaña, respiración agradecida, pisadas en el camino y una maravillosa certeza de la vida que nos cobija-”.

¿Y si no le pedimos permiso y ya estamos en ella, qué hacemos? ¡Pues agradecerle! Con eso estará bien, es una manera de reconocer que ella tiene su alma y que estamos aquí para admirarla y cuidarla. Así vamos como en la vida, un paso y luego otro…

Este páramo de Matarredonda, vía Choachi, es un parque ecológico a una hora de Bogotá. Tiene dos caminatas, una llega a la laguna Teusacá, donde se puede ver una pequeña isla y la cual toma aproximadamente 2 horas para ir y volver. Allí estuvimos en otra oportunidad. El otro sendero, al que fuimos esta vez, se dirige a la cascada de La abuela, la cual nos permitió admirar la fuerza del agua pura y cristalina brotando de su fuente original. Su torrente brillaba bajo el rayo del sol y mágicamente se iluminó cuando quisimos tomarle unas fotos.

También nos sentamos a meditar con el sonido del agua cayendo y fluyendo sobre rocas que chispeaban colores cuando las gotas cristalinas las golpeaban. Es el mejor plan para detenerse un momento, sentarse en quietud, escuchar la caída del agua, fluir sintiendo que naces y te lleva con ella. Agradecer tanto regalos que se nos dan y salir contentos de estar allí, abrazados por la naturaleza viva y sabia.

…Y podríamos ser más agradecidos, más atentos y respetuosos con todo lo que nos ofrece la vida.

Para completar, en el parque hay un restaurante donde, con mi compañero, desayunamos arepa, queso y agua de panela caliente antes de iniciar el recorrido y en el que, al bajar, nos tomamos un ajiaco muy merecido después de la caminata.

¿Cómo ha sido mi experiencia en la montaña? En general ha sido maravillosa. La montaña me llama siempre a la cumbre, me impulsa, me emociona, me hace sentir fuerte y expandida. Creo que las montañas que he subido me han recibido, aunque no ha faltado el día en que me he detenido y no he continuado.  

¡Volvamos al páramo! para respirar el aire fresco y puro, para sentir su silencio y apreciar su vegetación silvestre no intervenida ni tocada por el hombre. Un lugar para aquietar la turbulencia y escuchar el más poderoso y hermoso silencio que tenemos: nuestra alma.

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